A rainy day in New York
Lunes, un frío día de octubre del 2019.
Llevo dos años esperando este momento en el que mi alma se conecta con la gran pantalla de nuevo, instantáneamente, de manera natural, con el corazón en la boca y la esperanza de que me hagas sonreír.
Esta introducción no puede ser para nadie más, sólo para mi tormentoso amor cinematográfico, Woody Allen. Por cosas de mi vida, si esta película hubiese salido antes, no hubiese podido asistir a nuestra cita matutina para verla, y por cosas de su vida, esta película tuvo que salir tarde. Tarde para un director que acostumbra a estrenar una película al año. Pero sea como sea, el destino hizo que nuestros Tiempos se alinearan y que juntos, pudiésemos llegar, dos años después, a reencontrarnos, un día cualquiera, en la mañana, sola, para explorar lo que ha reinventado para nosotros este polémico director en A rainy day in New York.
Una pareja de jóvenes universitarios, Ashleigh y Gatsby, (Elle Fanning y Timothée Chalamet) viaja a Manhattan por el trabajo de reportera de la chica, quien escribe una columna cinéfila en el periódico de la Universidad. Ashleigh, tiene la oportunidad de entrevistar a su director favorito, interpretado por Liev Schreiber, y mientras lo intenta, se ve inmiscuida en una serie de situaciones provocadas por elementos externos que incluyen a personajes interpretados por los grandes Jude Law y Diego Luna. En vez de reencontrarse con su novio como habían quedado, Ashleigh sigue la corriente de los hechos. Por su lado, Gatsby, afligido y triste, se encuentra por casualidad a una conocida de la infancia (Selena Gómez) quien lo acompaña durante el día. Todo ocurre por supuesto, en un día de lluvia en New York.
En toda película de Woody donde no actúa, existe la extensión de sí mismo que se ve representada en el protagonista de la historia, sea mujer u hombre, algunos ejemplos: Jasmine en Blue Jasmine (Cate Blanchett), Gil en Midnight in Paris (Owen Wilson), Ginny en Wonder Wheel (Kate Winslet) …Todos estos personajes están moldeados con las características del mismo Woody: neuróticos, habladores, miedosos, patéticos pero carismáticos y, sobre todo, nostálgicos y tristes. Después de haber visto todas las películas del director, puedo decir con convicción que, para mí, la mejor representación de Woody Allen es la de Timothée Chalamet. Sólo con verlo caminar en la primera escena supe que entendió de qué estaba hecho el verdadero Woody. Perfecta, perfectísima su interpretación, este joven franco-estadounidense ha sido el mejor Woody Allen que haya visto, casi mejor que el verdadero. El personaje de Allen se bascula en algún momento entre Chamelet y la siempre increíble Elle Fanning, quien lo hace muy bien, pero cuando éste recae nuevamente en manos del joven actor, su grandeza desborda la pantalla.
Lo más positivo de esta cinta es que hay un balance perfecto entre todos los elementos que siempre han caracterizado a Woody Allen, algunos más nuevos como la lluvia, la especial atención a la música y el colocar a un actor que no merece estar ahí, como en este caso, Selena Gómez (pero en un momento vuelvo a este punto). Y otros elementos que siempre han estado presentes en su cinematografía como los personajes torturados, la relación entre un hombre mayor con una joven y su amor eterno: la ciudad de Nueva York.
Con diálogos excelentemente construidos, la historia siempre cliché pero relatada magníficamente, hacen de esta película una buena redención del director, quien durante mucho tiempo no se vio a la altura de su propio nombre, y una de esas razones es por dejarse arrastrar por la peste hollywoodense: el deseo y la necesidad de vender. Es por ello que encontramos a actrices como Emma Stone y ahora, la aburridísima Selena Gómez, quien pudo ser perfectamente interpretada por una desconocida que haya empezado a actuar un día antes de rodar.
Hay otros elementos que esta vez, a nivel de importancia quedaron en segundo plano, como la fotografía, lo cual recientemente ha sido un fuerte del director, pero la verdad es que no necesita apoyarse de eso cuando la historia es armada con tal coherencia intelectual. Tal y como era en sus años de gloria, y como vuelve a verse finalmente en esta película. No se necesita más que su mágica manera de relatar, buenos actores que ayuden a transmitir dicha magia, diálogos que vomiten el pensamiento del director y a Nueva York, bajo la lluvia, gris y hermosa.
Pasan los créditos, la sala se queda a oscuras. Me hiciste sonreír.