Revolutionary Road
El retrato de la pareja ideal norteamericana se desvanece a medida que los sueños de April se ven truncados por el crecimiento profesional de Frank. Encerrados en una vida demasiado común, donde ambos trabajan por dinero y no por pasión, crían a sus dos hijos en los suburbios de Connecticut, Estados Unidos, en la calle Revolutionary Road.
Basada en la aclamada novela de Richard Yates de 1961, la reunión de dos dioses del cine Kate Winslet y Leonardo DiCaprio, bajo la dirección de otro gran nombre, Sam Mendes (American Beauty, 1990), representa dolorosamente bien a dos individuos unidos únicamente por el deseo de ser pareja y de alguna manera seguir lo que les es impuesto por la sociedad norteamericana de los años 50: casarse, tener una casa, carro, trabajo estable e hijos. Pero ambos son de personalidades alejadas, ideales ajenos y una visión de libertad y del futuro demasiado diferente, que sólo puede causar daños irreparables con el pasar del tiempo. Son individuos a quienes Sam (y con este nombre me refiero al director y a los Estados Unidos) no les quita el derecho de sufrir y de infligir sufrimiento* y con ello, la belleza de lo trágico, de lo humanamente común, de la contaminación social, de la falsa realidad de una pareja y de las creencias no siempre veraces del amor.
Todo se reduce de una u otra manera a la corrupción: la corrupción de la libertad, del amor, de la pareja, del individuo, y sobre todo y más importante dentro del film, la corrupción del tan perseguido sueño americano.
Tuvimos que esperar diez años para ver a esta pareja de nuevo en el cine, siendo en la película de James Cameron, Titanic, su primera aparición juntos. Esa química desbordante de ambos genios que traspasa la pantalla y que llena de sentimientos y emociones absolutamente todo lo que los rodea; pero esto es de esperarse, son de esos actores que no fallan, que no se equivocan, que su talento sobrepasa absolutamente todo lo racional, sólo se siente y con ello, nos ahogamos nosotros en todo aquello que quieren y que logran transmitir. Se debe mencionar a Michael Shannon, quien sólo aparece en dos o tres escenas, de las cuales se apodera por completo. Donde Kate y Leo casi no hablan, son espectadores del discurso de tan maravilloso actor, que hace de esa escena, su escena. Sin importar que haya un DiCaprio, o una Winslet dentro. Ni siquiera una Kathy Bates, que como siempre, deslumbra y que fue igualmente parte del elenco de Titanic en el 98.
La falsa felicidad se enmascara en los hermosos trajes de Albert Wolsky, diseñador de vestuario (nominado a los Premios de la Academia por su trabajo en el film, entre otros). Quien logra a la perfección ponerlos en la vestimenta de una época no menos difícil para el amor y para la vida de pareja. Los colores utilizados juegan sutilmente con las pieles y personalidades de sus personajes, resaltando sus fortalezas, pero dejando entrever su lado más vulnerable.
April, soñadora y amante de la libertad y Frank, realista y triste. Esta película no habla del amor de pareja, habla del amor a la vida, deseada por cada uno de sus protagonistas de manera tan opuesta, vista y vivida diferente, compartiendo el día a día, pero no la esencia de la misma. Es una película que habla sobre el deseo de una vida distinta, lejos de lo impuesto por la sociedad, al mismo tiempo que ésta nos hace esclavos de la rutina. Lejos de la monotonía y de los suburbios norteamericanos, lejos de la maternidad, pero cerca de los sueños, de la libertad y de París.
*Philip French – The Guardian (2009)